“¿Por qué fue perpetuo mi dolor, y mi herida desahuciada no admitió curación? ¿Serás para mí como cosa ilusoria, como aguas que no son estables?”. (Jeremías 15.18)
Cuando el tiempo pasa y no vemos los resultados que deseamos, comenzamos a cuestionarnos cosas que en otro tiempo eran incuestionables, comenzamos a dudar de aquello que hasta ayer eran certezas, empezamos a dejar de lado todo aquello que ayer nomás prometimos no abandonar jamás, ¡inclusive hasta comenzamos a dudar de la existencia del mismo Dios!
Lo mismo le sucedió al Profeta Jeremías, el hombre llamado a impactar naciones. En un momento determinado de su vida, este hombre se da cuenta que las cosas no estaban saliendo como él esperaba, y a raíz de esa situación, entra en un período depresivo. Sí mi querido amigo, los hombres y mujeres de Dios también pueden padecer este tipo de males, porque ante todo, son seres humanos, y todo, todo, todo lo relacionado al ser humano no les es ajeno por el hecho de liderar o ministrar la Palabra de Dios, ¿me explico?
De pronto, Jeremías se olvidó de su llamado, se concentró demasiado en lo que estaba viviendo, y en aquello que el pueblo mismo le proponía, y de esa forma, llega al punto de preguntarse si acaso Dios sea una realidad. ¡Tremendo!…
Pero quiero que juntos, veamos algunas cositas que deseo compartirles a modo de enseñanza, y ojalá no sirvan de ejemplo para lo que no debemos permitir que nos ocurra…
1) En primer lugar, la duda se produce por la ausencia de resultados positivos en aquello que hacemos. Cuando las cosas no salen como esperamos dudamos del llamado de Dios hacia nuestras vidas, dudamos de toda palabra que Dios nos ha declarado, etc, dudamos de todo y de todos, inclusive de Dios.
No permitas que la ausencia de resultados positivos te lleve a olvidar tu llamado, quien lo hizo y lo que involucra. Es muy fácil dejarse llevar por lo que vemos, pero es justamente ahí donde comprender la magnitud de nuestro llamado y fundamentalmente, quien nos llamó.
2) En segundo lugar, la duda produce que las cosas se vean mucho más grandes de lo que en realidad son. La duda hacía o provocaba que el Profeta viera un problema circunstancial o pasajero como algo eterno, de difícil resolución.
Dios nunca le prometió a Jeremías que las cosas serían sencillas. Tampoco nos prometió a ti y a mí que las cosas serían fáciles o sencillas, pero sí nos prometió que serían posibles. En el primer capítulo del libro que lleva el nombre del Profeta de quien venimos hablando, Dios le dice lo siguiente: “”Y pelearán contra ti, pero no te vencerán, porque yo estoy contigo para librarte”. (Jeremías 1.19)
En el servicio a Dios seremos desafiados a muchas cosas, pero nunca debemos abrir la puerta a la queja. La puerta que se abre a la queja es la que inicia el camino a la incredulidad, y este hombre nos muestra que fue esa puerta la que él, voluntariamente abrió, y que luego lo condujo a la duda respecto del Dios al que debía anunciar.
3) En tercer lugar, la duda provoca un cambio en nuestro mensaje. Jeremías, el Profeta al que esperaban naciones enteras para oír lo que Dios declaraba por medio de su boca, un hombre que tenía un mensaje de fe y de esperanza, de consuelo y de bendición, ahora se encontraba transmitiendo o confesando todo lo contrario. Y es que la duda mi querido amigo, provoca un cambio en nuestro lenguaje, es decir, dejamos de hablar fe para comenzar a cuestionarlo todo, dejamos de confesar bendición para confesar queja, etc.
4) Por último, la queja provocada por la duda, nunca ha cambiado nada, al contrario, solo suele agravar el cuadro de quien está inmerso en ella.
Ten cuidado con abrirle las puertas a la duda, porque esta apuntará a dominarte y una vez que lo logre, toda tu vida se tornará un monumento a la queja. Hay una frase que quisiera citarla a modo de cierre en este artículo. “Duda de la gente, duda de los hombres, pero nunca dudes de Dios”.
¡Que tengas un día híper bendecido!