“Y Jesús se fue al monte de los Olivos. Y por la mañana volvió al templo, y todo el pueblo vino a él; y sentado él, les enseñaba. Entonces los escribas y los fariseos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio; y poniéndola en medio, le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices? Más esto decían tentándole, para poder acusarle. Pero Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo. Y como insistieran en preguntarle, se enderezó y les dijo: El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella. E inclinándose de nuevo hacia el suelo, siguió escribiendo en tierra. Pero ellos, al oír esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros; y quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en medio. Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más”. (San Juan 8. 1 al 11)
Estoy seguro que esta historia la hemos leído una y mil veces, pero quiero hacer hincapié en algunos aspectos de ella, para que juntos una vez más, podamos reflexionar al respecto.
He escuchado a algunas personas decir lo siguiente: “En esa Iglesia alguien como yo no tiene lugar. Es solo para gente de tal clase social”. ¡Eh! No sé si tú has escuchado algo así, pero lo cierto es que quien piensa de esa manera algún motivo tendrá. Claro es también que siempre habrá quienes hablen por hablar…
Cuando medito en esta historia, veo alguna semejanza con lo que cito anteriormente. Una de las cosas que más daño le ha hecho al evangelio y a la iglesia son aquellas personas que viven una vida espiritual superficial, que se jactan de mucho pero no contienen nada, que se llenan la boca con un montón de declaraciones que finalmente termina demostrando que es pura charlatanería barata.
Yo suelo denominar a ese tipo de espiritualidad, Espiritualidad “Berreta” (es un modismo argentino que significa lo siguiente: “Adulterado, cosa falsificada con apariencia de legítima, falso/ Cosa u objeto de poca calidad o de mala calidad, chafalonía, ordinario/ Persona falsa”.)
La vida está llena de personas “berretas”, que profesan una cosa pero viven otra, que con sus palabras manifiestan algo pero con sus hechos lo niegan, que tienen apariencia de piedad pero niegan su eficacia, etc.
Al mirar esta historia, no hago más que encontrarme con personas “berretas”, personas con mala calidad espiritual, que juzgan el pecado ajeno, sin antes haber hecho un examen de conciencia propio. Por alguna razón, no solo no arrojaron piedra alguna, sino que además, dejaron las piedras a un costado y se marcharon, olvidando el motivo que los había llevado hasta Jesús.
Lo cierto es que, esta gente, amparada en sus pre-conceptos y tradiciones, estaban totalmente decididos a terminar con la vida de esta mujer, solo porque había cometido un error, al que nadie celebraba pero que tampoco nadie merecía juzgar. Yo no sé cual es tu posición, de que lado estás, pero si quiero decirte lo siguiente. Si tu amor por las personas que te rodean es menor a tus tradiciones espirituales o conceptos, entonces déjame decirte que tu espiritualidad es una espiritualidad de mala calidad, es “berreta”.
Veamos algunas cosas que suceden cuando nos moviliza una espiritualidad semejante.
1) Te pone en una condición de superioridad respecto al resto. Estos fariseos y escribas, “celosos de la Ley” (La Biblia de aquel tiempo) estaban queriendo mostrar lo que en realidad no eran. Mejores que la mujer.
Este tipo de espiritualidad te hace creer que eres mejor que el resto, que los demás no tienen posibilidades y que encontrarás la aprobación del Maestro al manifestar el celo que muestras. Mmm… No te garantizo que así sea…
2) Te mantiene engañado. Este tipo de personas viven creyendo que ellos son los dueños de la verdad absoluta, mientras que el resto son solo “pobres pecadores”, dignos de juicio y castigo.
Lamentablemente, durante mucho tiempo la Iglesia ha actuado (¿y hoy no?) de esta manera, juzgando a los que han errado, y de esa manera los alejó de sus filas. Personas que quizá no murieron físicamente, pero espiritualmente sí. Alguien los señaló, alguien expuso su falla, error o pecado, y no hubo quien los cubriese.
Mis queridos amigos, cada uno de los que formamos la Iglesia debemos tomar cartas en el asunto, debemos cubrir a los que han caído, no dejarlos solos. No importa cuál haya sido el error, no lo celebramos ni lo señalamos, porque no es nuestra función. No apuntamos con el dedo, no alejamos, sino por el contrario, debemos manifestar el amor por encima de toda tradición, concepto o lo que fuere.
Nota esto. Jesús nunca negó lo que la Ley decía, solo apuntó a la conciencia de quienes estaban asumiendo un rol que no les competía. Eligió amar por encima de todo y de todos, sabiendo que solo “el amor cubrirá multitud de errores”.
Por último, tenemos que entender que la Iglesia debe tener una actitud inclusiva, no exclusiva. La espiritualidad “berreta” manifiesta que “sino eres como nosotros, entonces no tienes lugar aquí”. Y la Iglesia es un lugar que justamente está para recibir a los que han sido lastimados, a los depresivos, a los endeudados y afligidos, a los despreciados de la sociedad, a aquellos que no tienen un lugar donde encontrar refugio y esperanza, etc.
El apóstol Pablo decía, parafraseándolo, lo siguiente: “Puedes hacer muchísimas cosas, pero sino tienes amor, eres nada”. Hagamos de la Iglesia un lugar de inclusión, no de exclusión, un lugar donde las personas encuentren lo que necesitan, a Jesús.
¡Que tengas un día híper bendecido!