Todos los días camino en los patios de mi lugar de trabajo con la mirada hacia abajo, tratando de escanear el suelo para encontrar utensilios muy particulares. Son lápices grafito y de tinta que han sido tirados porque ya no eran útiles. Los recojo y con sacapunta en mano, los vuelvo a restaurar y nuevamente son utilizados para su propósito, el de llenar páginas enteras con signos ortográficos para comunicar un mensaje.
Al igual que estos objetos escolares, son despreciados por que supuestamente ya no son indispensables, en la sociedad en que nos movemos, nos hemos convertido en excluyentes, discriminando a las personas cuando no son capaces de realizar ciertas competencias. La valoración de las virtudes solamente se ejecuta cuando estos individuos han dejado de existir.
La misión de Jesús es la de restaurar al pecador. Recorría las aldeas y ciudades con el único y valioso propósito de rehabilitar a las personas. Su encuentro con personajes de todos los estratos sociales le permitía conocer las necesidades y frustraciones de cada uno de ellos. Un Nicodemo ajustado a la visión religiosa y lleno de curiosidades por conocer al Maestro, un Zaqueo atrapado en la cárcel de la codicia o una mujer acusada por el delito del adulterio, fueron objeto de su valiosa gracia y misericordia. Jesús restauró la vida de hombres y mujeres que estaban tirados como objetos inservibles en el escenario de la vida.
Actualmente la misión sigue ejecutándose. La salvación del pecador se realiza rápidamente. La sangre de Cristo limpia nuestra vida de todo tipo de pecado y nos presenta como una ofrenda agradable hacia Dios. Una nueva generación se levanta, después de haber caído en las garras del alcohol, las drogas y otras adicciones. Ahora son personas útiles a la sociedad.
Es inolvidable la promesa de Jesucristo, Juan 10:10 “He venido para darles vida en abundancia”. Tú y yo que formamos parte de ese propósito, sigamos buscando las valiosas vidas para que conozcan el poder restaurador de Jesús.