Hoy me levanté pensando en la cantidad de veces que desperté haciéndome estas preguntas, ¿Qué me pasó ayer? ¿Por qué lo hice? ¿Por qué fui infiel? ¿Por qué?
En estos años que Dios me ha permitido vivir he comprendido que el problema del pecado no es en sí el pecado, sino el sentimiento de culpa, es ese pensamiento que te ataca inmediatamente después de que has fallado a lo que prometiste no volver a fallar. Ese pensamiento que viene como un huracán a golpear a tu frágil casa emocional que se cae a pedazos.
Existen millones de personas que viven sus vidas en función de la culpa, su estado de ánimo es definido por la culpa, su comportamiento es limitado por la culpa, su forma de hablar, su forma de pensar, etc.
Esa culpa se ha vuelto su compañera fiel, y se ha convertido en la única voz que se escucha, voz que recuerda a cada momento lo que has hecho, “eres un fracaso” “no vales nada” “otra vez estás en lo mismo” “ya ni Dios confía en ti” “para qué pedir perdón, no juegues con Dios” y podría seguir enlistando la cantidad de condenaciones que el enemigo nos lanza cada vez que nos encontramos en el valle del pecado.
No hay condenación
“Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.”
Romanos 8:38-39
Por muchos años caminé el valle de los condenados, de los que abrazaban la culpa del pecado en sus vidas, de los que una vez recibieron tantas promesas, pero que de repente se encontraban en un lugar muy diferente del que Dios había planeado para ellos. Vivía pensando que las oportunidades estaban agotadas, y que había agotado la Gracia de Dios y que quizás hasta estaba cansado de mí. Algo totalmente ilógico, pero que por mi peso de culpa, ese pensamiento se había metido en mis entrañas.
Dios te va a usar
¿Sabes? Me fascina como Dios cambia las historias de las personas, como él obra a favor de aquellos que una vez caminaron el valle de la desesperación, de los que pensamos que las oportunidades estaban acabadas, de los que vivíamos en función de la culpa, de los sin esperanza, pero un día Dios intervino y cambio el rumbo, y en las áreas que fuimos débiles, hoy Dios nos usa para levantar a otros, para alertar a otros, y para restaurar donde hay ruinas. Es increíble como Dios cambia el lamento en baile, la tristeza en alegría y la condenación y propósitos.
Seguimos siendo débiles, pero reconocedores de su poder, seguimos siendo pecadores, pero abrazando en todo momento su amor, confesando lo que hay que confesar, siendo sabios en nuestro andar, no dejando de pedir perdón a Dios, porque el día que dejes de arrepentirte delante de él, ese día dejaremos de crecer.