Sonó el despertador y el oficinista se levantó. Hizo unos pequeños movimientos con sus brazos y piernas para tonificar su cuerpo. Un poco somnoliento se encaminó a la ducha. El agua fría le inyectó un optimismo energético y de inmediato empezó a cantar, salió del baño, se vistió, desayunó y rápidamente aceleró su automóvil. El tráfico estaba tranquilo y se extrañó un poco. Llegó a su lugar de trabajo y la sorpresa que se llevó al enterarse que era domingo.
Esta pequeña historia es muy común en nuestra sociedad. El afán del trabajo ha producido en nuestros cerebros una respuesta condicionada que se manifiesta en el funcionamiento del reloj biológico. A veces el sueño desaparece y nos quedamos sin dormir, pensamos en las actividades que tenemos que hacer y las enfrascamos en nuestro subconsciente. Esto genera un estrés repetitivo que debilita el ambiente familiar, ya que todo se concentra en una preocupación excesiva por cumplir con los deberes laborales a un grado de 24/7.
En La Biblia se recomienda que trabajemos, 2 Tesalonicenses 3:10 … “Si alguien no quiere trabajar, que tampoco coma”. esta es una variable que se percibe desde la creación, pero Dios equilibró esa labor con un día de descanso. Sin embargo las exigencias actuales a las que nos vemos sometidos han usurpado el lugar de Dios y la familia. Hoy más que nunca hemos llevado la oficina al hogar, mediante las computadoras realizamos una serie de actividades rutinarias.
El trabajo es beneficioso y no debemos caer al extremo. El hombre rico había hecho del trabajo, un estilo de vida, pero nunca pudo equilibrarse, trabajó, amontonó riquezas y de repente… dejó de existir. El trabajólico, término en inglés asociado a la persona adicta al trabajo, se siente realizado y no se permite un momento de descanso. Su vida está centrada en la visión de la labor excesiva y fomenta un comportamiento enfermizo que altera el medio ambiente familiar y el de sus amigos.
Dios no quiere que vivamos en esas condiciones, sino que aprendamos a delimitar nuestras actividades, de tal manera que las del trabajo, no invadan nuestro ambiente espiritual y que le demos tiempo a la vida familiar. Somos responsables de cuidar nuestro entorno y de motivarnos constantemente hacia una vida abundante.
Por otra parte, tenemos que reprender el espíritu de ociosidad que se fomenta en la cultura del descanso. Jesucristo inyectó el principio de laboriosidad en sus discípulos y cuando los llamó, cada uno estaba en sus oficios y de repente fueron invitados a realizar otras actividades distintas a sus quehaceres.
Lo importante es valorar nuestro trabajo, hacerlo bien y de buena gana y darles tiempo a nuestros familiares y por supuesto no descuidar nuestra relación con Dios. Qué sea primero Jesús. Buen día.