La escena era muy típica en ese lugar. Se encontraba un hombre tirado en el suelo, con su rostro ensangrentado y gesticulando dolor, esperando la ayuda inmediata para ser socorrido. Aparecieron tres personas caminando, los dos primeros eran religiosos, hombres apegados a las costumbres legalistas que pasaron lejos y demostraron indiferencia, pero el último, un extranjero, despreciado por el legalismo judío socorrió al herido y al instante vendó sus heridas , lo llevó a un lugar de refugio. ¿Cual fue la diferencia? Miró hacia abajo.
En nuestra cultura, la mirada refleja muchas actitudes, desde el punto de vista kinésico transmite una serie de sentimientos, ya sea de superioridad o inferioridad, de orgullo o humillación lo más probable la indiferencia en el caso de los religiosos. Es muy común en nuestra sociedad que adoptemos esta serie de comportamientos ya que reaccionamos de una forma inesperada. La mayor parte de los programas en las iglesias están diseñados para las necesidades de los miembros y no existe una preocupación para proyectarse con aquellos grupos que están en riesgo social. Igual situación
pasa con las políticas gubernamentales que no se cristalizan sino que se fundan en un modelo utópico y no se llevan al terreno de la práctica.
La clave del Buen Samaritano, es que no tenía prejuicios y pudo vencer la discriminación racial, muy de moda en nuestros países. Logró enfocarse en la necesidad, en el apoyo inmediato y actuó. La iniciativa propia mostrada en ese momento le ayudó a socorrer a esa persona.
Nuestro papel como cristianos es el de proyectarnos a la comunidad, mediante la organización de actividades de asistencia social encaminadas a fomentar un espíritu de cooperación y de compromiso. La tarea no es fácil, pero ya muchas iglesias están utilizando ese método para transmitir el amor de Dios a esos sectores segregados de la sociedad.
Todo esto se contextualiza en la acción de un hombre que hizo la diferencia, mirando la necesidad. Jesucristo nos ha exhortado a practicar ese sentimiento, esa vision de la vida que se enmarca en un nivel de ayuda a los necesitados.
Al igual que ese hombre golpeado, un día estamos tirados en el suelo, el pecado nos mantenía degradados y no éramos útiles a la sociedad, pero Jesucristo pasó y nos dio una palabra de aliento que cambió nuestra vida.
Es tiempo de despertar ante ese sopor de indiferencia y comenzar a actuar, diseñando un plan de proyección social encaminados a construir las fortalezas precisas para que esas personas necesitadas comiencen a levantarse y a creer en si mismo. Construyamos ese andamiaje para ser participantes de la formación de una nueva generación.
¿Estás listo?